martes, 5 de agosto de 2008

El nuevo despojo

El nuevo despojo del petróleo mexicano
Adolfo Gilly
■ Hace setenta años, las empresas petroleras fueron declarando que la ineptitud tecnológica nacional obligaría a México a pedir su regreso en pocos meses. Hoy, setenta años después, la élite política y empresarial de México piensa que ese plazo de meses por fin se ha cumplido y que, ahora sí, aquellos capitales tienen que volver
1. El costo de producción de un barril de petróleo es hoy, para Pemex, de unos 5 dólares por barril. Su precio de venta en el mercado asciende a más de 100 dólares. La diferencia entre una cifra y otra es lo que se denomina renta petrolera. Quién se quedaba entonces con ella fue el tema central de la expropiación petrolera de hace setenta años. Quién se queda hoy con la renta petrolera mexicana es, nuevamente, el tema central.
Entendido: nadie propone “privatizar Pemex”. Lo que quieren es traspasar a manos privadas esa renta petrolera mientras el Estado mexicano, bajo el rótulo “Pemex”, se queda con instalaciones chatarra. La operación consiste en abrir en todo o en parte a la inversión privada (de capital extranjero y nacional) y a sus necesidades de ganancia, los trabajos de exploración, extracción, refinación, distribución y transporte, hoy a cargo de Pemex como empresa estatal. Esta operación significaría convertir en ganancia privada lo que hoy es renta propiedad de la nación. Su nombre preciso es despojo.
Es lo que ya se hizo con las tierras ejidales, con las frecuencias entregadas graciosamente al monopolio televisivo y con la telefonía, antes del Estado, regalada por el gobierno de Carlos Salinas de Gortari (y sus altos funcionarios de entonces) a Carlos Slim y asociados. En La Jornada (7 de marzo de 2008, página 26), Carlos Fernández-Vega anota que en 1991, cuando la privatización de Teléfonos de México, el capital de Slim ascendía a mil 600 millones de dólares; en 2008, había crecido a 60 mil millones de dólares (un 3 mil 630 por ciento). También esta fortuna es producto, no de la mera ganancia financiera, industrial o comercial, sino de un despojo que permitió el traspaso de la fuente de esas ganancias a manos privadas: el de Telmex, antes patrimonio de la nación.
2. Pemex, aducen los vendedores, está en quiebra financiera. Sus adeudos acumulados, sobre todo vía Pidiregas, son equivalentes al valor total de sus activos. Hay que vender, pues, bajo la cobertura que sea.


Pemex fue llevado adrede a esta situación por los sucesivos gobiernos de Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo y Vicente Fox. Quebrar Pemex y hacer inevitable la privatización del petróleo ha sido una política común, buscada y planeada, del conjunto de la élite política y empresarial que gobierna México.
Como la población mexicana, en su mayoría, no piensa lo mismo, esa élite gobernante ha tenido que hacer avanzar sus intenciones de despojar a México de su renta petrolera por dos caminos laterales: ir desmantelando a Pemex al menos desde 1988 en adelante –veinte años de una guerra cuyos primeros disparos fueron contra la Quina para poner en su lugar a charros equivalentes pero más dóciles–, y soltar cuentos como el del “tesoro oculto de México”, que los mexicanos serían incapaces de extraer por sí solos en el actual universo tecnológico y con Pemex desmantelado.
Esta mentira circular, es similar a la que utilizaron las empresas extranjeras cuando, hace setenta años, la expropiación petrolera devolvió a la nación el usufructo de su subsuelo petrolero –de su “tesoro escondido”, pues– y ellas se fueron del país declarando que la ineptitud tecnológica nacional obligaría a México a pedir su regreso en pocos meses. No se les hizo: técnicos y trabajadores mexicanos convirtieron a Pemex en una de las empresas petroleras más productivas del mundo.
Hoy, setenta años después, la élite política y empresarial de México piensa que ese plazo de meses por fin se ha cumplido y que, ahora sí, aquellos capitales tienen que volver a buscar el “tesoro escondido” para quedarse entre todos con él.
3. Muchos estudios han mostrado, datos en mano, la direccionalidad y la intencionalidad de la política de conducir a Pemex a una situación de quiebra financiera y tecnológica. Entre esos estudios me permitiré citar aquí el de David Ibarra, El desmantelamiento de Pemex, del 19 de febrero de 2008 (revista Forma, febrero 2008), cuyo título indica con precisión su contenido. Estos son algunos de sus párrafos.
•“Los obstáculos centrales a la revitalización de la industria petrolera nacen de la ausencia crónica de una estrategia energética de largo plazo como parte medular de las políticas públicas de desarrollo y de seguridad nacionales. Y, junto a ello, está la carga indiscriminada de las rentas petroleras para sanear desequilibrios de las finanzas públicas”.
• “Cabe subrayar el preocupante debilitamiento deliberado del Instituto Mexicano del Petróleo, que abandonó la investigación y la evaluación de los avances tecnológicos del mundo. Con todo, la tecnología petrolera es tecnología madura susceptible de adquirirse sin obstáculos mayores. Aún en el caso de recursos en aguas profundas, existen empresas especializadas que prestan sus servicios a los principales consorcios petroleros del mundo”.
•“Desde hace más de diez años se ha pospuesto las modernización de las capacidades de procesamiento del petróleo –si se exceptúan las refinerías de Cadereyta y Madero– en consonancia con los requerimientos crecientes de la demanda”.
•“La descapitalización de Pemex ha sido brutal y se ha producido de manera sistemática y deliberada desde hace tres o cuatro lustros. Cabe preguntar la explicación de este fenómeno ya que la empresa, pese a sus ineficiencias, no ha dejado de generar utilidades o márgenes amplísimos entre sus ingresos y gastos propios. Los rendimientos operativos han subido nueve veces entre 1995 y 2006 y las utilidades antes de impuestos van de 68.9 a 584.4 miles de millones de pesos corrientes en el mismo lapso. De su lado, los impuestos se han acrecentado de 74.9 a 583.9 miles de millones de pesos en igual período; o, visto acumulativamente, Pemex ha cedido la totalidad de las rentas petroleras al fisco, al aportarle casi tres billones (en español, tres millones de millones) de pesos o tres trillones (en inglés, también tres millones de millones) de pesos de 1995 a 2006. Pocas son las empresas petroleras que generan márgenes tan altos de utilidades y ninguna cubre impuestos tan elevados hasta generarle pérdidas”.
•“La inversión anual de Pemex sigue siendo sistemáticamente inferior a la de 1982, un cuarto de siglo atrás. [...] En contraste, la inversión realizada a través de Pidiregas ya representa el 89 % de la formación de capital de la empresa (2006)”.
•“Quiérase o no, el escollo fundamental a la despetrolización de la economía y a toda reforma fiscal significativa es político. Nace de la oposición de la élite nacional –y extranjera– a tributar, tanto como de la falta de audacia republicana, de la sujeción de los partidos políticos a los poderes fácticos. Este y no otro es el problema estructural, medular de Pemex
•El proceso de privatización ya está en curso: “La privatización de las operaciones de compra y venta y transporte del gas, la venta de las instalaciones petroquímicas, los contratos de servicios múltiples, el desplazamiento del Instituto Mexicano del Petróleo por servicios externos de asesoría, el alquiler de barcos, plataformas e instalaciones, por ejemplo– son otros tantos casos de la fragmentación deliberada de Pemex y de las trasferencias de oportunidades de negocios principalmente al sector privado del exterior”.
•“El debate sobre la reforma energética en lo que toca a Pemex, más que gravitar obsesivamente en torno a su posible privatización parcial o total, debiera centrarse en la eliminación de los obstáculos que estorban su remozamiento y desempeño como consorcio de clase mundial y como fuente de ingreso volcada al desarrollo interno”..
4. El despojo de Pemex, la entrega de la renta del petróleo al capital privado, no es una mera cuestión económica o tecnológica. Hasta el hartazgo se nos repite este burdo engaño para así encajonar la discusión. De lo que en realidad se trata es de reforzar el esquema geoestrátegico de dominación que por muchos senderos sigue avanzando desde el Pentágono y la Casa Blanca sobre el territorio mexicano. La apropiación privada de la renta petrolera, en la cual tendrían su parte también los grandes capitales mexicanos, es un aspecto subordinado de dicha estrategia. No necesita el Pentágono la renta y la ganancia. Necesita asegurar el control directo del petróleo mismo para su maquinaria bélica, como en los años 10 o en los años 20 del siglo XX, hasta que en 1938 la fiesta se terminó.
En caso de conflicto caliente o “frío”, Estados Unidos necesita asegurar el dominio sobre el petróleo cercano, tanto como necesita afirmar el control político-territorial sobre su fortaleza continental, desde Alaska hasta el canal de Panamá, incluído todo el mar y el territorio isleño comprendidos entre la península de Florida y las costas de Venezuela. Es lo que desde fines del siglo XIX la Casa Blanca considera el Mare Nostrum, incluídas sus bases militares, inútiles en caso de guerra global o intercontinental pero siempre necesarias como puntales de la dominación regional, según el uso filibustero de Guantánamo lo demuestra.
Estos designios geopolíticos, que incluyen el ansia apremiante de recuperar el dominio sobre el petróleo venezolano, alimentan en estos días el apoyo irrestricto e inmediato del presidente Bush a la “Expedición Punitiva” del presidente Álvaro Uribe contra Ecuador, este desplante de cometer una masacre deliberada en tierra ajena para escarmiento de todos, Sarkozy y Lula incluidos, y después pedir “perdón” en la farsa de la OEA. Pero se trataba de sentar un precedente, y ya está hecho.
El Plan Puebla-Panamá y la Iniciativa Mérida; los proyectos para controlar el Itsmo de Tehuantepec; la desestabilización de México y de su ejército entrampándolo en la “guerra contra el narco”, la represión política y la dependencia tecnológica; la ASPA (Alianza de Seguridad Para las Américas), pacto de subordinación militar; el TLCAN, pacto de subordinación económica, con sus cláusulas abusivas sobre los derechos, los productos, los cultivos y los migrantes mexicanos, son piezas de ese esquema de dominación. Es como si una poderosa aspiradora jalara ahora desde el norte a esta nación, arrancándola de América Latina y chupándola dentro de la subordinación y la sumisión que desde la doctrina Monroe los gobiernos de Estados Unidos siempre desearon y los mexicanos siempre temieron.
Es este, y no otro, el contexto dentro del cual el gobierno del PAN y sus múltiples aliados políticos, religiosos y empresariales quieren hoy despojar a la nación de sus rentas petroleras.

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